Cada uno de nosotros tiene un viaje soñado, ese que casi siempre posponemos argumentando falta de tiempo cuando en realidad lo que no tenemos es dinero.
Unos iríamos a recorrer China, India o Japón durante un par de meses. Otros muchos sueñan con cruzar EEUU por la Ruta 66, y ya puestos conocer Canadá y acabar en Méjico. Las tierras nórdicas, con sus auroras boreales y sus noches casi eternas suelen ocupar también puestos de cabeza. Habrá quien se decante más por Caribe, Perlas del Pacífico, exotismo más de sol, playa y cocoteros. Pero lo que nunca, nunca falla es el rollo atardecer.
Si preguntamos a un buen número de personas por su viaje ideal y escuchamos atentamente oiremos: sueño con vivir un atardecer en el Taj Mahal, o uno de mis sueños es una puesta de sol en el Machu Pichu. Sustituyamos esas dos maravillas del mundo por alguna de las restantes: Chichén Itzá, El Coliseo romano, la Estatua de Cristo Redentor, La Gran Muralla China o Petra. Con esto obtendremos un pleno de atardeceres por que lo importante es eso, el atardecer, la caída del sol y no la historia, la arquitectura, la gastronomía, la cultura ni siquiera la compañía que nos llevamos. Es más, cualquier rincón geográfico que podamos imaginar, adquiere un caché que no tenía, un glamour en el que no habíamos reparado, si lo pintamos con una buena puesta de sol. Prueben ustedes.
Al final viajamos para vivir sensaciones y nos ayudamos de lo que podemos.
Autor | Chus Vidal
Foto | Ángela4 en Flickr